lunes, 22 de junio de 2009

Olécranon

Siempre has sido muy personal y original para tus cosas.

Desde el tiempo de tus increíbles minifaldas propias de una sacerdotisa de Mary Quant, hasta los intrépidos cortes de pelo al 2, que te perpetrabas cuando te conocí.

Siempre, a lo largo de toda tu vida, has sabido darle tu toque personal a tu forma de vestir, y de actuar ante la vida.

Incluso ahora, en tu desgraciada caída, has rizado el rizo, y te rompes el Olécranon, apófisis del cúbito, que tiene nombre de sevillana servo - croata. Olé –cranon.

Estas cabreada, dolorida, indignada por que la lesión te impide hacer tu vida normal.

Yo trato de verlo desde otro punto de vista. Ya que tu invalidéz me permite ayudarte, cuidarte y demostrate lo importante que eres para mi.

jueves, 11 de junio de 2009

¡Es la guerra...!

El de la Longuera, como los demás corrales de Chipiona, durante los largos meses invernales, se han ido recuperando y han restañado las heridas causadas por las hordas invasoras del verano.

Lo lamentable es que pronto estarán aquí otra vez, y con más ánimos.

Estarán velado armas en sus lugares de origen.

Las temibles camaroneras, los cubitos de playa multiusos, las letales palitas y rastrillos, para los más pequeños. Los picos, palas, destornilladores, tubos de sombrillas, etc, para los mayores, las tropas de élite. Es el arsenal dispuesto para la caza y captura de todo lo que se mueva por entre las piedras y las lagunas de nuestros corrales, camarones, cangrejos, burgaos, lapas, etc.

Y que decir de las "armas químicas", que terminan dando ese tono irisado a los reflejos de las rocas y lajas. Broceadores, protectores, filtros solares y otras sustancias que, untadas por miles de litros sobre la pìel de los bañistas, se van depositando en las playas, que necesitan, al menos, dos temporales de poniente para arrastrar tanta porquería.

Hay que enseñar a los niños que la fauna de los corrales se mira, se observa, se juega con ella y se deja en libertad en el corral, para que así pueda cumplir su ciclo vital, que dista mucho de ser el que le espera en un cubito, sucumbir aplastado en cualquier calle de camino a casa, o perecer arrojado en caida libre por el desagüe del retrete.