El de la Longuera, como los demás corrales de Chipiona, durante los largos meses invernales, se han ido recuperando y han restañado las heridas causadas por las hordas invasoras del verano.
Lo lamentable es que pronto estarán aquí otra vez, y con más ánimos.
Estarán velado armas en sus lugares de origen.
Las temibles camaroneras, los cubitos de playa multiusos, las letales palitas y rastrillos, para los más pequeños. Los picos, palas, destornilladores, tubos de sombrillas, etc, para los mayores, las tropas de élite. Es el arsenal dispuesto para la caza y captura de todo lo que se mueva por entre las piedras y las lagunas de nuestros corrales, camarones, cangrejos, burgaos, lapas, etc.
Y que decir de las "armas químicas", que terminan dando ese tono irisado a los reflejos de las rocas y lajas. Broceadores, protectores, filtros solares y otras sustancias que, untadas por miles de litros sobre la pìel de los bañistas, se van depositando en las playas, que necesitan, al menos, dos temporales de poniente para arrastrar tanta porquería.
Hay que enseñar a los niños que la fauna de los corrales se mira, se observa, se juega con ella y se deja en libertad en el corral, para que así pueda cumplir su ciclo vital, que dista mucho de ser el que le espera en un cubito, sucumbir aplastado en cualquier calle de camino a casa, o perecer arrojado en caida libre por el desagüe del retrete.
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